
A pesar de tener pocas amistades y una vida social casi nula, prefiriendo la soledad de mi espacio seguro, comprendo que somos seres sociales y que ese apoyo es fundamental para la salud mental, pues reduce el estrés y fomenta la resiliencia. Cuando nos rodeamos de quienes nos conocen y nos aceptan, experimentamos una sensación de seguridad y validación emocional. El impacto de estas conexiones de amistad en nuestro crecimiento es innegable, pues nos permiten mirar al futuro con una renovada confianza. Las conversaciones con amigos que han sido testigos de nuestras etapas nos ayudan a ganar perspectiva, a ver cuánto hemos cambiado y, al mismo tiempo, cuánto de nosotros permanece intacto.
Hay relaciones a prueba del tiempo. No importa si las circunstancias han cambiado, si nuestras vidas han tomado rumbos inesperados o si nuestras ideas, ambiciones o estilos de vida han evolucionado. Al reencontrarnos, esos momentos siguen siendo auténticas recargas emocionales y de bienestar, pues no se basan en la similitud, sino en el respeto y el afecto genuino. Más allá de las diferencias, lo que realmente importa es la conexión y la capacidad de compartir, de encontrarse en ese punto donde lo esencial sigue intacto. He entendido que, a pesar de nuestras diferencias, esos momentos de reencuentro no son para discutir quién tiene razón o quién ha cambiado más, sino para celebrar lo que nos une y enriquecernos con las distintas perspectivas que cada una ha adquirido.
La amistad, en su forma más genuina, es un recordatorio de que no estamos solos, un vínculo que no exige constancia, pero que siempre está listo para abrazarnos cuando lo necesitamos. Por eso, en un mundo donde el ritmo vertiginoso nos consume y el individualismo crece constantemente, detenerse a compartir con esos amigos no es un lujo, es una necesidad.
Esto lo comprobé recientemente cuando tuve la oportunidad de reunirme con dos mujeres que he admirado y respetado desde siempre. Mujeres inteligentes, valientes, y con una transparencia genuina, que a pesar del paso del tiempo el cariño siguió estando ahí a la distancia.
Al reencontrarnos y compartir una comida, disfrutar de un café, conversar de política y otros temas sin dejar de divertirnos, comprendí que son momentos que te proveen de una energía renovada, sin sentirnos juzgadas. Cuánto benefician esos momentos; pues a pesar de las diferencias, podemos con respeto, conversar, reír y fomentar la amistad y el cariño.
Y sin más, se volvió un día genial y de aprendizaje. Gracias amigas, por recordarme que la verdadera amistad no se mide en tiempo ni en coincidencias, sino en la capacidad de reencontrarnos y seguir compartiendo y en darnos la oportunidad de esos espacios.

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