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EL ESPEJISMO DEL VOTO

  • Foto del escritor: IO
    IO
  • 28 nov
  • 3 Min. de lectura
Imagen producida por algoritmo.
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El voto fue históricamente una herramienta de poder, una conquista de luchas concretas que permitieron a distintos grupos acceder a la ciudadanía y participar en la toma de decisiones colectivas. Representaba la posibilidad de transformar sociedades, de incidir en la construcción de justicia y equidad.


Hoy, sin embargo, bajo estructuras que concentran el poder y capturan las instituciones, el voto dejó de ser un instrumento efectivo de cambio.



Imagen tomada de internet.
Imagen tomada de internet.

En sistemas donde las jerarquías determinan qué se puede o no se puede modificar, marcar una casilla no altera nada sustantivo. El acto de votar mantiene la apariencia de participación, pero las decisiones reales siguen tomadas en niveles que no responden al ciudadano, sino a redes de poder y clientelismo que han persistido a lo largo de la historia.


La paradoja es evidente; lo que alguna vez fue un símbolo de emancipación y conquista ciudadana se ha transformado en un ritual de legitimación. La población ejerce un derecho que, en la práctica, no tiene capacidad de reformar las estructuras que lo determinan. El voto hoy reproduce la ilusión de democracia, pero no garantiza transformación, y mucho menos cuestiona los cimientos de poder que históricamente han decidido quién puede influir realmente en la sociedad.


Comprender este cambio de naturaleza no es negar la importancia histórica del voto, sino situarlo en perspectiva. Un derecho que valió la pena conquistar, pero que en contextos estructuralmente dominados ya no constituye un poder real. La participación ciudadana, si quiere ser transformadora, requiere ir más allá de la urna y enfrentar las raíces del poder que determinan, desde hace siglos, quién gobierna y quién simplemente participa en un espejismo.

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Un gesto verdaderamente significativo y que marcaría un precedente histórico sería que nadie asistiera a las urnas.

A lo largo de la historia, la abstención masiva ha sido un acto de ruptura frente a sistemas electorales que simulan representar al pueblo, desde boicots sufragistas hasta movimientos que desafiaron la legitimidad de gobiernos autoritarios. Esto mostraría que el poder no se legitima por el acto de votar, sino por la capacidad de la ciudadanía de negarse a formar parte de un ritual vacío y corrupto.


Ese silencio frente a la urna expondría la fragilidad de instituciones y estructuras que están capturadas por élites locales y extranjeras que se apropiaron del Estado durante siglos, más que de la justicia o de la transformación real.


Cuando esto sucede, el voto deja de ser instrumento y se convierte en un espectáculo de obediencia, que solo se reforma cuando la ciudadanía decide no legitimar lo que no sirve para transformar


La verdadera fuerza política surge cuando la ciudadanía deja de participar en simulacros que reproducen jerarquías, corrupción, demostrando que la presión social y la capacidad de desafiar las reglas impuestas generan cambios reales mucho más allá de la urna.

La abstención masiva no es apatía, sino un acto con peso histórico, un recordatorio de que los rituales electorales sin control ciudadano efectivo han servido siempre para legitimar poder concentrado, desde las repúblicas oligárquicas del siglo XIX hasta regímenes modernos influenciados por potencias externas.



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Si votar sirviera de algo, ya estaría prohibido”.

Históricamente, esa observación de Emma Goldman, escritora y anarquista lituana, apuntaba a que las estructuras políticas suelen permitir la participación electoral siempre y cuando no amenace la concentración de poder real.

Su significado sigue siendo relevante. El voto puede cambiar gobiernos, pero no necesariamente las relaciones de poder ni los privilegios que los sostienen.

En el mundo moderno, esto se refleja en cómo los grandes consorcios económicos, los grupos financieros transnacionales y las alianzas geopolíticas condicionan políticas públicas más allá de las urnas, manteniendo una jerarquía de influencia que rara vez coincide con la voluntad del ciudadano promedio.


Para que el voto recupere el poder que alguna vez representó, se requiere de ciudadanos no conformes, capaces de desafiar los poderes elitistas de siempre y conscientes de su verdadero poder como pueblo, ejerciendo su derecho más allá del ritual de la urna, pero también con una comprensión profunda de las estructuras históricas y políticas que lo condicionan; sin educación política sólida y conciencia crítica real, más allá de discursos repetitivos heredados, cualquier participación queda reducida a formalidad, y el poder sigue concentrado en manos de las mismas élites que siempre lo controlaron.


Gracias por el privilegio de su tiempo.

Ingrid O


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