
Dicen que existió un pueblo donde todos los días, de forma escrita y televisiva aparecía «una troupe de saltimbanquis». Estos iban por las calles como aplanadores de ilusiones y constructores de mentiras, se ganaban un sueldo a punta de necedades y hasta lograban dirigir gobiernos, por décadas establecieron leyes logrando finalmente asesinar a la verdad que lujuriosa se creía inevitable, sin embargo lograron ahogarla sin reproche.
Cuentan que también se encargaban de promover murallas para silenciar a los artistas de la acrobacia, quienes llegaron a sentirse insultados por usurpar su nombre para habilidades tan astrosas que producían quebranto.
Tal compañía logró infectar los días en mucho más de mil lunas en ese pueblito de sombra, pues su principal cometido era robar almas y encajonarlas en la rutina del tedio, el triunfo fue inevitable; pues los pobres habitantes habían perdido la razón y danzaban por las calles desnudos de de razón cada fin de semana que sonaba la alarma de la ilusión.
De esa manera el «troupe de saltimbanquis» lograba mantener el poder sobre pueblerinos, fantasmas, vendedores de indulgencias, amarillistas y curanderos, desenfrenados fetichistas y todo aquel que se les ponía enfrente.
Un día el viento dejó de soplar, el sol no volvió a rotar y el circo danzó cada día entre las aceras de la vida de ese pueblo de agonía, desatando y despilfarrando lo poco que quedaba. Los soñadores por más que intentaron no doblegarse y vencer a las mentiras no lograron salirse de la caja de Pandora; y así, cada fin de semana va el circo construyendo dolores al ritmo de encantadores y ante la mirada perpleja de mudos cazadores dejando desolado aquel pueblo de sombra.
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Tomado de Mundo de marionetas (2019)

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