Toda memoria que no se nombra, tarde o temprano encuentra quien la reclame. La empresa no tenía nombre en la fachada. Solo un número de serie anodino y metálico. Desde fuera parecía un edificio cualquiera; al entrar, todo se desdibujaba. Un pasillo largo luminoso conducía a oficinas idénticas que se extendían como un laberinto blanco. Escritorios repetidos como un patrón geométrico infinito, pantallas suspendidas flotaban en silencio y archivadores alineados en filas impecabl